Es una situación muy familiar para casi todos los aficionados a la música clásica: de repente, un día escuchas una música maravillosa en un programa de radio, en un anuncio de televisión o en una página de Internet y cuando te propones quedarte con el nombre, para que no se te olvide, te das cuenta de que es una misión casi imposible; el nombre de la composición parece un jeroglífico de la época de Ramsés II. Pero, ¿por qué son tan complicados los títulos de algunas piezas musicales?, ¿cómo voy a conseguir acordarme de que la música que me gusta se llama Cuarto movimiento Allegro non troppo de la sinfonía nº 7 Leningrado en do mayor op. 60, de Dimitri Shostakovich?
Demasiado complicado, hay que reconocerlo. Sin embargo no hay que desanimarse, porque aunque no existe una receta mágica para memorizar de forma rápida un título de estas características, lo que sí que podemos hacer es tratar de entender correctamente cada uno de los términos que se emplean al nombrar una obra musical.
Nombres técnicos y nombres poéticos
A la hora de poner título a una pieza musical los compositores tienen dos opciones. Por un lado, buscar un nombre poético y característico que defina la música -como por ejemplo: Ensoñación, Preludio a la siesta de un fauno o Sinfonía Turangalila– o, por otro, emplear un título que especifique algunos aspectos técnicos que caracterizan a la composición (instrumentación, forma, número de catálogo, etc.).
La primera opción es, desde luego, la que más agradecemos los aficionados porque es la más fácil de recordar. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en algunos períodos de la historia de la música, particularmente en el barroco y en el clasicismo, lo habitual era no ponerle nombres poéticos a la música. En estas épocas los compositores tenían una producción tan abundante que para ellos era prácticamente imposible tener que pensar un nombre sugerente para cada obra que creaban. Además, en este período la música desempeñaba una finalidad meramente utilitaria (para amenizar ceremonias, misas o bailes) por lo que no se consideraba necesario destacar una composición con un nombre específico (salvo algunas excepciones, claro está). Es a partir del siglo XIX -y sobre todo en el siglo XX- cuando las composiciones musicales empiezan a ser consideradas como obras de arte en sí mismas, únicas e irrepetibles. Desde este momento, los compositores comienzan a titular sus obras con nombres característicos y evocadores.
Muy bien, pues una vez entendido esto, vamos a usar el siguiente ejemplo para intentar descifrar el título de una de las piezas más populares de Johannes Brahms:
La forma o estructura
El primer concepto que vamos a desentrañar es el término que hace referencia a la forma. En nuestro ejemplo se indica mediante las palabras “sinfonía” y “tercer movimiento”. La forma o estructura es el “guion” que sigue la música para que el resultado sonoro sea coherente e inteligible para el oyente. A lo largo de la historia de la música se han empleado distintos moldes con la finalidad de conseguir un buen equilibrio entre las diferentes ideas musicales. Algunos de los más habituales son: la sinfonía, la sonata, el concierto, la fuga, el rondó, la canción, la balada, el nocturno y la suite. Además, como podemos apreciar en este caso, estas partituras pueden estar divididas en varias secciones o movimientos:
El tempo
Otro término técnico que nos encontraremos habitualmente en los títulos de las piezas es el tempo. El tempo hace referencia a la velocidad con la que se debe interpretar la obra. Normalmente se emplean palabras italianas (Allegro, Andante, Adagio, etc.) pero también pueden encontrarse términos en alemán, en inglés, o en el idioma del compositor.
La instrumentación
Como es lógico, los instrumentos para los que ha sido concebida la obra son parte esencial de la misma, y por tanto este dato suele ser uno de los más relevantes a la hora de nombrar una pieza. Títulos del tipo: concierto para orquesta, concierto para piano y orquesta, cuarteto de cuerda, duo para flauta y violoncello, pieza para coro, sinfonía, etc., son siempre una primera referencia a la hora de nombrar una pieza musical.
Tonalidad
Este concepto es un poco más técnico y requiere de algunos conocimientos musicales para entenderlo correctamente. Expresado de una manera muy superficial, podríamos decir que la tonalidad se refiere a la gama de sonidos que ha elegido el compositor para crear la música. La tonalidad se expresa con el nombre de una nota musical (do, re, mi, fa,…) y el “apellido” mayor o menor. También puede aparecer la palabra sostenido o bemol acompañando a las anteriores.
Número de catálogo u orden en la producción
Uno de los datos que más intriga a los neófitos es el número, precedido de unas letras, que acompaña a muchos títulos musicales. Este número hace referencia al orden que el compositor, o en su defecto el editor o musicólogo estudioso, le ha dado a la pieza en su producción. Lo habitual es que se emplee la abreviatura op. que significa opus (obra en latín) seguida del número en cuestión. Sin embargo, algunos grandes compositores emplean unas letras propias que nos indican el nombre del catalogador que las ha enumerado. Algunos de los catálogos más famosos son: BWV ( Bach-Werke-Verzeichnis) para la obra de J. S. Bach, KV (Köchel-Verzeichnis) para W.A. Mozart o WWV ( Wagner-Werk-Verzeichnis) para R. Wagner. Pinchando aquí podéis ver una buena colección de catálogos de compositores.
El sobrenombre
Por último, algunas piezas musicales han tenido tanto éxito y han causado tal impacto en los aficionados que han sido bautizadas, extraoficialmente, con un sobrenombre. Algunos ejemplos memorables son la Sonata op. 27, nº 2, de Beethoven apodada Claro de luna o la Sinfonía en si menor D. 759, de Schubert, denominada La incompleta.
Bueno, pues esto es todo. Para terminar os dejo con la pieza de Brahms que hemos analizado durante el artículo. Estoy seguro de que una vez que escuchéis esta maravilla no me negaréis que el esfuerzo por quedarse con su título ha merecido la pena. Que lo disfrutéis. ¡Hasta el próximo artículo!
Genial el enfoque que le has dado a este post, Luis. me ha encantado
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¡Gracias Hermes! La verdad es que este es un tema que hace que la música clásica resulte inaccesible para muchos oyentes, porque si no recuerdas el nombre de una pieza ¿cómo vas a estar en disposición de volver a escucharla? Quizá sea este un importante handicap a la hora de fomentar la afición por la música «culta».
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Me encanta Luis, siempre dando luz en las tinieblas.
Feliz Verano
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Gracias Antonio. Feliz verano para ti también. Un abrazo fuerte.
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Yo a este lo conozco por el tercero de la tercera, y no hay más que decir. 😀
Gracias por tu trabajo, ojalá te prodigases un poco más…
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Si, ja, ja. A mi me pasa con el segundo de la séptima (Beetoven), el segundo de la novena (Dvorak) o el tercero de la primera (Mahler). La verdad que se podría hacer un juego muy divertido, intentar adivinar a qué música nos referimos con unos datos tan escuetos ;-).
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